De Singapur con las prisas sólo pude ver el aeropuerto, aunque no es poco, porque es como una ciudad, me gustaría saber cuántas miles de personas trabajan ahí. Todos los aeropuertos intentan ser un escaparate de tecnología, como intentando dar una primera buena impresión del país, pero ahí se pasaban, en el baño todo con detectores de presencia; primero la cadena del váter, me agacho a coger algo de la mochila, se dispara y me moja la picha, luego el jabón, tardaba un siglo en salir y te pasas un minuto preguntándote si funciona o no y al final el jabón a la encimera, y para el grifo yo parecía invisible y cuando conseguía que saliera agua duraba dos segundos y otra vez a jugar a que me reconozca. El aeropuerto es enorme y tiene de todo para que no te aburras, jardines, cine, internet, consolas, tour por la ciudad... y todo gratis, que luego si pagas te vas a un centro de belleza, te das un masaje, un bañito en la piscina o te quedas en el hotel sin salir de la zona internacional. Por descontado, los duty-free son un puro centro comercial con cientos de tiendas. Me pasé seis horas allí y no sólo no me aburrí, sino que casi no llego al avión porque estuve entretenido y además lo habían aparcado en casa Dios, que ahí las distancias son de kilómetros.
Por último mis pensamientos al comenzar la etapa cara del viaje después de todo lo barato.
"[...] De hecho ver tanto pijerío, todo tan súper guay, caro y gente derrochando, me hace sentir pobre. Me preocupa que me he acostumbrado a lo barato y me jode gastarme dinero en algo que sé que podría valer mucho menos. Me he vuelto un roñoso, pero así como uno se acostumbra a lo bueno y le cuesta irse a lo malo, yo me he acostumbrado a lo barato.[...] Se acabó lo bueno, bonito y barato, ahora toca lo bueno, bonito y atraco. Lo voy a llevar fatal."
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