Si soy un loco por vivir esta aventura, ¿qué son los que tienen sueños y no los cumplen?

sábado, 24 de mayo de 2008

De Culiacán a Guadalajara

Tarrasa 25/05/08

A partir de Culiacán todos los desplazamientos fueron en autobús. Hay que decir que México tiene el mejor sistema de autobuses que me he encontrado, infinidad de destinos y horarios, mucha competencia donde elegir y muy cómodos, con la opción en muchos casos de categorías superiores. Hay que tener en cuenta que el tren se usa sólo para mercancías, por lo que el uso del autobús está generalizado y abarca cualquier rango social.

El primer destino fue la playa, Mazatlán, famoso punto de cachondeo para el "spring break" estadounidense. Mazatlán es a Culiacán lo que Salou a Zaragoza. Es un sitio de fiesta, aunque desgraciadamente por el plan familiar que llevamos no la caté. Según me contaban, el desmadre debe ser total.
Al margen de la fiesta, el sitio es agradable. Mi familia adoptiva se lo conoce muy bien y nos lo recorrimos entero en una "pulmonía", que es como llaman a una especie de taxis como carritos de golf que usan allí; el nombre lo deduces en seguida cuando te montas de noche en un vehículo sin puertas.
Lo único reseñable que hicimos fue ver como por unos pesos se "aventaban" de cabeza desde unos quince metros al agua, con la rasca y viento que hacía, en una zona de poca profundidad y estrecha entre las rocas. Vamos, que no apetecía imitarles, y mira que yo soy lanzado. En Acapulco es algo típico también, pero incluso más exagerado, y me consta que alguno no lo ha contado.
Pero lo mejor de Mazatlán fueron sin duda los "ostiones", o sea ostras. En la orilla con una sombrilla está un hombre con una montaña de ostras recién cogidas abriéndotelas. Nos cobró sólo 82, pero en realidad comimos unas 100 entre los cuatro que éramos. Carlos, el padre de Carla, le pagó 500 pesos, 30€, incluyendo una generosa propina para que el hombre y sus amigos se compraran algo de beber, que al parecer les iba el vicio.

Después de dos noches continuamos nuestra ruta, ahora tocó Guanajuato, una ciudad con mucho turismo nacional por su gran historia sobre los tiempos de la colonización española y por ser la zona del inicio de la independencia Mexicana. El sitio es precioso, guarda mucho el estilo español antiguo, así como gran parte de México, y al ser patrimonio cultural está muy cuidado al detalle, no sólo porque esté limpio, sino por la ornamentación o los variados coloridos de las casas. La mayor singularidad de Guanajuato son sin duda sus túneles. Tiene todo un entramado subterráneo de calles con desvíos e intersecciones, aceras, zonas para estacionar y hasta vi una notaría; es muy curioso ver todo eso dentro de un túnel que encima no es precisamente moderno. Lo malo es que sin ser de allí, si te metes por ellos no tienes ni idea de dónde vas a salir, a mi me recordaba al Mario Bros. metiéndote por las tuberías.

El ambiente es fenomenal, restaurantes con terraza, mariachis por todas partes y la gente en la calle. En octubre acoge el famoso festival del Cervantino, en honor a Miguel de Cervantes, y la ciudad se pone a reventar y reina la cultura (bueno, quizás los protagonistas sean más bien el alcohol y el sexo, porque al parecer hay un boom en la tasa de natalidad casualmente nueve mese más tarde). Por lo visto es muy recomendable, pero hay que reservar con mucha antelación.
Hay varias cosas que hacer allí muy típicas y que nosotros por supuesto hicimos. Lo primero el recorrido hasta el callejón del beso con las "estudiantinas", alias tunas, que te van contando las historias del lugar en tono cómico y por supuesto cantando. También visitamos una popular mina de oro y plata, por ejemplo, o la "Hacienda del cochero", que era donde la Inquisición hacía de las suyas, es decir, torturaba hasta la muerte de la forma más original posible a cualquier pobre desgraciado.

Un par de días allí y nos marchamos a ver en el día San Miguel de Allende, que es también colonial. Por lo visto es un sitio muy agradable porque ya el 20% de la población son jubilados gringos.
La verdad es que es bonito, pero no es el tipo de turismo que me gusta a mí, yo no voy tanto a ver cosas, sino más bien a vivirlas, así que parar en un sitio un rato, ver algo e irme no me gratifica tanto como haber estado un día cualquiera paseando por mi barrio en China.
Así que lo único que me dio tiempo a hacer fue comprar algo de la reputada plata mexicana y la verdad es que acabé comprando más de lo que tenía previsto de lo bonita y barata que era. ¡Anda que no se ha puesto contenta alguna por aquí!

Por la tarde agarramos un camión, es decir, cogimos un autobús, y partimos a Guadalajara, el último destino al que me acompañó Carla y su familia y donde esperábamos encontrarnos con su relevo, César. La gracia estuvo en que llegamos de madrugada, y después de medio año sin apenas tener contacto con él nos pareció mal molestarlo en mitad de la noche, por lo que montamos el campamento en medio de la estación y nos esperamos a que fuera una hora más decente.

Entonces fue cuando empezó el show con el padre de Carla y se nos fastidió un poco el buen rollo, porque en un momento se cansó, le dio una pataleta y decidió irse a casa. El día siguiente lo pasamos con César, pero teniendo que estar todo el rato convenciendo a Carlos de que dejara quedarse a Carla más tiempo. Al final arrancamos que se fueran por la noche y con eso nos tuvimos que conformar.
 

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