Si soy un loco por vivir esta aventura, ¿qué son los que tienen sueños y no los cumplen?

jueves, 17 de julio de 2008

Anecdotón en México

Zaragoza 18/07/08

El jueves día 10 de abril, aquí un servidor cosechó quizás la mejor de las anécdotas de su viaje.

Salí de fiesta con dos chicas de la recepción del hostal, una amiga suya y Rodrigo, un universitario muy majo, que es el que organiza el pub crawl. Este hombre es amigo de las fiestas y debe ser de buena familia, porque traía un Nissan de gama alta de 2.5l, datos importantes. 

Sin entrar en pormenores de lo bien que estuvo la fiesta, voy a ir al grano. Llevamos a las chicas a su casa, y mientras ellas se bajaban, sin salir nosotros del coche, se acercó un policía de una patrulla que nos había seguido los últimos metros sin razón aparente, que seguramente vendría a pedir el "diezmo". (Si es que cada vez que está la poli de por medio las anécdotas son de tamaño familiar). Nos despedimos de las mujeres comportándonos como si el policía no estuviera en la ventanilla esperando a hablar con nosotros. Rodrigo se gira por último para despedir a la que había salido por su lado y que estaba gesticulando en plan de "mira a quien tenemos aquí, ¿es que no lo ves?", le da las buenas noches a nuestra amiga y ya por fin se dirige al agente con toda la serenidad del mundo, "Sí, agente", y...

  • Opción A: el agente le pide un pequeño soborno con la excusa inventada de haber cometido una infracción de tráfico.
  • Opción B: unos alienígenas abducen al policía y nosotros seguimos tranquilamente nuestro camino.
  • Opción C: Roberto acelera y comienza una persecución policiaca a toda velocidad por las calles de una de las ciudades más peligrosas del mundo.

Evidentemente la opción B es de película de ciencia-ficción y es irreal, la opción C es de una de acción y es improbable, mientras que la opción A es el pan nuestro de cada día en México y es la correcta, quiero decir, lo que habría sido correcto y normal; pero no, la realidad es que ocurrió la opción C. Lo que pasó a continuación, fue lo típico, ya sabéis, una persecución a las cuatro de la noche por en medio de la ciudad. ¡Qué puta locura!, como en una peli de acción, eso sí, ningún puesto de frutas que se cruzara en medio y lo arrolláramos primero nosotros y luego la patrulla, ni atravesar un centro comercial con el coche, ni esas cosas típicas, pero con la policía detrás, tratando de despistarlos girando en cada esquina, las ruedas chirriando en cada curva, y Danielito ahí en el asiento del copiloto con un tipo que conocía de horas alucinando en colores. En un momento recuerdo la imagen de Rodrigo con gesto de victoria y subidón de adrenalina diciendo "¡Bien, lo hemos conseguido!", pero en seguida reaparecieron las luces rojas y azules en el retrovisor. Yo le sugerí que en cuanto volviéramos a darles esquinazo, aparcara y apagara las luces, pero él prefería correr. Como es de suponer, los semáforos no eran nuestra prioridad, y el sentido de circulación tampoco. Esto generaba varios problemas, primero que con la que estábamos montando íbamos reclutando más policías a nuestra tranquila procesión, y segundo, que los cruces eran realmente emocionantes y un peligro en potencia. En uno había un taxi pasando y con buenos reflejos lo esquivamos pasándole justo por detrás. Llegamos a otro y justo venía una camioneta. Yo la vi y pensé más que con preocupación, con resignación, "ya nos la vamos a dar", asumiendo que en algún momento tenía que pasar. Si hubiera sido una película nos hubieramos chocado y habríamos salido volando dando una vuelta en el aire, pero no, nuestra peli era de bajo presupuesto y no volcamos ni eso, pero sí que nos la comimos con patatas, chile y limón. Chocamos con las esquinas delanteras y de la velocidad rebotamos y nos dimos también con la parte trasera. Los dos vehículos se quedaron completamente detenidos, pero como teníamos algo de prisa, más que nada porque yo quería irme pronto a la cama, que tenía que visitar muchas cosas al día siguiente, volvimos a acelerar y seguimos nuestro tranquilo paseo nocturno. El problema es que un coche con los dos ejes torcidos no va muy recto y yendo de lado a lado casi estampándonos en cada zigzageo, sólo alcanzamos a recorrer una calle más hasta llegar a ¡La Cibeles! Antes de que paráramos en una calle en dirección contraria, Rodrigo me decía "¡corre, cabrón, en cuanto paremos abre la puerta y corre!", "¿pero tú estás loco?, ¡¿qué cojones voy acorrer?!, que llevamos al Séptimo de Caballería detrás." Paramos, evidentemente no corrimos, y acto seguido ya estaban allí como cuatro motos y tres coches. Por experiencias anteriores recientes, yo ya pensé que nos íbamos a comer las del calamar y salí con los brazos en alto, la cabeza baja, ya con la resignación de que me fueran a meter una paliza después de la que habíamos montado y con el único deseo de que fuese rápido y no me desfiguraran la cara. Pero en vez de estar encañonándonos con veinte pistolas y cinco recortadas, como habría pasado en Estados Unidos, se acercó un policía tranquilamente a Rodrigo, que ya había salido, y le dijo, "Pero, ¿por qué lo has hecho, wey?", "Por pendejo", respondió llevándose las manos a la cabeza en gesto de vaya cagada, como si hubiera perdido una partida de cartas por una mala decisión. Nadie estaba exaltado ni emocionado, pero a mí me temblaban las piernas, y esa situación me parecía completamente surrealista. A continuación y sin vacilar Rodrigo les dijo que a ver cómo podían arreglar eso, y se fue a hablar con tres policías a una esquina, mientras yo purulaba por ahí sin que nadie me hiciera caso, excepto cuando algún policía o espontáneo se dirigía a mí para enterarse de qué había pasado, pero de cotilleo, nada de para una declaración ni similar. Los policías quedaron en que se entendieran los conductores, la camioneta había llegado entre tanto casi increíblemente por el golpe que llevaba, y que si no pues se tendrían que llevar a Rodrigo al trullo. El hombre de la camioneta estaba sorprendentemente tranquilo, cuando lo normal habría sido llegar y abrirle la cabeza a Rodrigo directamente, pero se portó muy bien y después de un par de horas allí ya llegaron a un acuerdo. Para darle un puntito más de gracia, ninguno llevaba el seguro en regla. La policía mientras se aclaraban sólo eran espectadores como yo y poco más, así que se fueron yendo, cosas así no son muy interesantes por aquí. Al final sólo quedaban dos. Rodrigo se fue un rato en el coche con ellos para ir a un cajero a pagarles su parte por las molestias. Uno de ellos era bastante cabrón y en un momento, mientras yo hablaba con su compañero muy amigablemente contándole mis historias, cosas de España y demás, me vino diciéndome que como yo iba con él me deberían de llevar. Evidentemente estaba buscando asustarme para que le soltara algo, pero yo me hice el tonto y me lo tomé a cachondeo y riéndome le decía que yo qué tenía que ver. Lo repitió un par de veces, pero yo seguí igual y no le salió la jugada. ¡Qué cabrón! No tenía dinero para volver a casa y les pedí que me acercaran, pero el hijo puta se negó. Lo gracioso es que al final el dinero para el taxi me lo dio ¡el de la camioneta! 

Excepto por mi diario y este texto, lo que pasó no figura en nigún sitio. El de la camioneta de hecho le dijo en un momento al policía que si tenía algún problema estaban ellos de testigos; le respondió, "No, a mí no me consta nada".

...Tremendo México.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

free web counter